La Palabra ABOGADO proviene del latín advocatus que quiere decir HOMBRE DE CIENCIA, PATRONO, LETRADO, DEFENSOR, ya que en la era romana en los asuntos donde existía dificultad, para que se les auxilien, los llamaban a fin de que puedan ser socorridos por personas que tenían conocimientos del derecho, es decir que eran hombres de ciencia, versados en la erudición del derecho. En la definición que hace el doctor Guillermo Cabanellas en su diccionario jurídico nos dice que Abogado es “El que con título legítimo ejerce la Abogacía. También es el profesor en jurisprudencia que con título legal se decida a defender en juicio, por escrito o de palabra, los intereses y causas de los litigantes”. Por manera que el significado que tiene que darse por parte de quien luce ese orgullo de ser Abogado, es el que acepta esa misión en la que él, aquilata, estudia, que es hombre de consulta, cuya erudición y sabiduría pone siempre de manifiesto el altruismo y nobleza.
El Abogado no es el resultado de una consagración académica como señalaría Ossorio, sino una concreción profesional, que en el ejercicio de la abogacía se convierta dedicando su vida a dar consejos jurídicos y exigir justicia en los tribunales, quien olvida de estos hechos, puede ser cualquier otra cosa, pero menos abogado. Estamos conviviendo la etapa del desamor, irrespeto a la abogacía, existe inconciencia respeto al rol, por lo que requerimos mutuamente que hagamos conciencia y procedamos de manera inmediata a corregir los errores que están manchando la reputación del abogado y en manera particular de la carrera de Derecho, que con dedicación seamos verdaderos profesionales sin caer en las redes de la corrupción en la falta de ética profesional y otras taras que se van practicando en desmedro de nuestra propia profesión.
El ABOGADO tiene en su vida misma esa esencia vital, un reto que es justamente el de luchar, del trabajo honesto, el ser humano que se esfuerza, en el propósito de cualificar al sector bogadil, aquilatando el sitial que se nos ha puesto en la historia que lógicamente corresponde al verdadero profesional del Derecho, quien siempre imprime una incuestionable conducta en su quehacer. Esto significa que los Abogados somos los llamados a decir la verdad y soldados de la justicia en la correcta aplicación del Derecho, características básicas que no pueden dejar de ser observadas ni faltar en su deber a cumplir en la sociedad.
Si somos llamados para profesionalmente solucionar problemas ajenos, no solo necesitamos la capacidad que debemos tener, sino en poder comprender, aconsejar sobre la posible solución y ejercer con honestidad a ese llamado que nos hacen nuestros clientes, dando una sabia recomendación respecto a la gravedad de las dificultades puestas a nuestra consideración. Ello significa que el profesional del derecho por su propia actitud sabrá caminar aquellos senderos difíciles que es la de entregar consejos con acierto para establecer una relación de confianza y desde luego buscar solución más adecuada y apegada a la justicia.
Aspecto fundamental que el profesional del derecho no debe nunca olvidar, es justamente el de la preparación personal, el estudio técnico del derecho, la formación académica, la necesidad de la especialización, la profundización en el conocimiento de las ciencias sociales en general, ello constituirá en el alimento cualificado que llegue a nuestras mentes, lo que servirá indiscutiblemente para combatir el quemeimportismo que hacen que algunos colegas sean fácil presa de ello, incluso cayendo en el barranco de la vulgaridad y desvergüenza. Pero al hablar de la formación académica, cultural y especializada de los profesionales que hemos escogido esta noble profesión, que al igual que otras profesiones, no debemos mirar con impavidez, desprecio, ese acervo cualitativo que debe adornar a los Abogados, ya que esa indiferencia al desarrollo en el conocimiento de nuestra disciplina, refleja que a lo mejor se busca sin sacrificio un rendimiento económico sin el mayor esfuerzo, ya que seguramente el profundizar en el estudio, en el desarrollo de la técnica jurídica e incluso en la especialización, no constituyen atractivos que respondan a sus intereses “económicos” que es lo que se busca únicamente.
Se dice que la cultura de algunos profesionales del derecho, se ha venido degradando, tanto más que para obtener el título que nos debe cada día engrandecer, han obtenido por la “tutela” de amistades, compadrazgos o por la comparecencia a “seminarios de dos días” que avalan la obtención de ese título, que por mil glorias debe ser honrada, justamente por la adecuada preparación que debe obtener en su carrera universitaria y aquilatada en la vida profesional. ABOGADO es el sustantivo y no el adjetivo, que contemporáneamente se pone de manifiesto, debe tener el significado de profesional lleno de moral, ávido de justicia, tolerante, cordial, altruista, en definitiva un verdadero profesional. De manera que ese sustantivo dicho en líneas anteriores, sea el identificador de un hombre o mujer de bien, de un ser de ciencia, ciudadano culto, que impone respetabilidad, justo, que profesa de manera imperativa el bienestar social.
Se pensaba hace muchos años, que el Abogado era el conocedor de vidas ajenas, de sus secretos, el pretencioso y arrogante, que después de Dios se encontraba en el centro de confianza del cliente, se identificaba como tal al abogado; en muchos casos se encarnaba en el ángel guardián, es decir se constituía en el mejor de los consuelos que tenían los hombres; hoy en día debemos unirnos como los soldados que engrosamos las filas del gran ejercito que luchamos por una justicia verdadera, que con capacidad y méritos propios, seamos copartícipes de una legislación eminentemente humana, socialmente insobornable y de combate frontal a actos de corruptela que se presente en el camino de nuestra actividad profesional; en definitiva somos los puntales necesarios en el verdadero cambio para una adecuada y verdadera administración de justicia. Cabe recordar que en la Grecia antigua, donde el abogado se establece como el profesional, actuaba para defender los derechos del hombre y solo para su “cliente”; y, es justamente Pericles a quien se le considera como el primer Abogado profesional del mundo, lógicamente su actuación sin lugar a dudas, habría realizado como un hombre erudito en el derecho, con sabiduría y con honradez; pero contrario a la buena práctica del verdadero Abogado, la historia nos cuenta que Augusto, dentro de sus actividades legislativas, determinó que el Abogado que cobraba como honorario con criterio de explotación, dividía lo que se obtenía para su cliente, por medio de su actuación como defensor, estaba en la obligación de devolver el cuádruplo de lo recibido, ya que ese acto como es lógico concebir, era tomado como un crimen que iba en contra de la moral profesional, ya que esa cuota litis, que tenía un sabor a un incorrecto y cuestionable negocio, antes que ser un verdadero ejercicio de una correcta profesión que se la lleva con nobleza; y, en la misma línea de comportamiento con la sabiduría de Constantino, se conoce que como castigo contra un Abogado incorrecto se daba la pena con la pérdida del ejercicio de su profesión, cuando usaba en su beneficio, esa cuota litis; ejemplos éstos que ameritan reflexiones para los profesionales del derecho cuando se actúa en el libre ejercicio.
Estos ejemplos nos orienta como guía a nuestra actuación, ya que el gremio de abogados jamás se ha constituido como sociedad para el lucro utilizando la defensa del derecho ajeno, explotando al cliente, aprovechándose de la necesidad de tener como aliado a un profesional sin cualidades, sin ética ni moral, contaminado por la ambición profesional. Por ello, nuestros maestros, en las aulas universitarias nos orientaron y nos dijeron que la verdadera moral no muere, que es perdurable, que el bien y el mal no se fusionan, y quienes tenemos la suerte de caminar con altivez y sentimos la profesión de abogado ligado al buen nombre que llevamos, somos los llamados para constituirnos como indiqué en líneas anteriores, en verdaderos soldados del Derecho y la Justicia.
El hecho de haber estudiado la carrera de Derecho y Ciencias Políticas, no le adjudica per se a una persona la calidad de abogado; hemos soportado calificativos peyorativos gracias la mala fama que tiene nuestra profesión, comentarios que van de lo ridículo a lo ofensivo. Es una profesión que en ves de estar consagrada académicamente, está mal vista por la sociedad, lo que es injusto ya que tal ves existen abogados “vivísimos”, pero somos la mayoría los que nos apegamos a la ley y la justicia, por lo que el entorno social no puede catalogar a la profesión de buena o mala por la actuación de sus protagonistas, ya que ella misma debe hacerse un mea culpa de los valores que enseñan la ciudadanía. Lo señalado ubicamos en las aulas universitarias, cuando no se orienta a discernir, a valorar a los demás, a reflexionar ni a ser críticos, ya que existen docentes universitarios pocos por cierto, que intentan crear estudiantes mecanizados, memorizadores de conceptos y definiciones, así lo señala Osorio quien dice “El bagaje cultural del alumno más aprovechado, no pasa de saber decir de veinte y cinco maneras –tantas como profesores- el concepto de Derecho”